Hoy en día la palabra "mística" ha vuelto a entrar en nuestro lenguaje corriente. Se habla de mística incluso fuera del ámbito de las religiones. En los últimos años se viene notando un particular interés por la mística que viene “in crescendo”.
Nosotros aquí no abordaremos el tema exhaustivamente, pero sí lo haremos en el marco de nuestra fe cristiana católica, buceando un poco en algunos escritos de Madre Teresa de Calcuta que salieron a la luz con motivo de su beatificación.
Antes de concretar el tema en la experiencia propia de la Beata Teresa de Calcuta vamos a precisar un poco el término.
Aunque nos resulte extraño podemos llamar místico a toda persona que ha hecho experiencia de Cristo. Esto nos causa asombro ya que nosotros mismos, por el don de la fe y la experiencia de Jesús en nuestras vidas, somos en verdad místicos. No obstante, no nos adjudicamos a nosotros mismos ser llamados así, sino que con mucha serenidad y criterio cuando nos referimos a los místicos restringimos la amplitud del término, para indicar con él a unas pocas personas.
Es por eso que en el seno de nuestra Iglesia cuando hablamos de místicos hacemos alusión nada más que a algunos beatos, santos y a otras personas muy particulares. De todas maneras no está mal recordar (haciendo las debidas aclaraciones) que el significado nos abarca a todos. Justamente en ésta perspectiva se ubicaba el teólogo Karl Raner cuando dijo: "El cristiano del futuro o será místico o no será cristiano". Raner quería expresar que si bien es importantísimo procurarnos una constante formación en la fe no basta la acumulación de conceptos, de cursos realizados y de libros leídos, es necesario y urge apuntar a la experiencia. Ya en la Edad Media una mística agustiniana, Santa Clara de Montefalco, manifestó este perfecto equilibrio entre estudio y experiencia cuando dijo: "En el Amor de Dios se crece con la ciencia y con la vida".
La teología espiritual no pretende descartar o despreciar el estudio, todo lo contrario, éste se hace absolutamente necesario para dirigir la mirada al corazón del místico y estudiar su experiencia teniendo en cuenta las distintas ramas de la teología y otras disciplinas.
Para que podamos entender mejor las frases de Madre Teresa y apreciar su experiencia mística vamos a aclarar también el significado de la expresión: “Ausencia de Dios”.
Padecer “ausencia de Dios” es un componente de toda experiencia mística cristiana.
Lo expresó maravillosamente San Juan de la Cruz en el primer verso del Cántico espiritual: ¿“Adónde te escondiste Amado, y me dejaste con gemidos…”. Ese sentimiento doloroso se hace presente en la vida del místico a consecuencia de la naturaleza misma de nuestra experiencia de lo divino, mediatizada y limitada por nuestra condición existencial terrena. A consecuencia también de la transcendencia y del misterio de Dios, que no solo está “más allá” de todo lo alcanzable, sino que es misterio absoluto.” Dios escondido” diría Isaías (45, 15) “ Rayo de tiniebla” en la literatura mística cristiana ( “Puso su escondrijo en las Tinieblas”, escribe San Juan de la Cruz glosando su primer verso del Cántico: 1, 12).
En la escala de graduación de la experiencia mística esa experiencia de la “ausencia de Dios” se agudiza, hasta el extremo en ciertas etapas de “noche oscura” o de “intenso deseo”; etapas preparatorias del estadio final: la “unión mística”.1
Como bien nos explica el fraile Carmelita Tomás Álvarez en el Diccionario de Santa Teresa la “ausencia de Dios” es una experiencia que precede a la unión o desposorio místico. Desde luego, no se trata de una ausencia real de Dios, ya que Dios está siempre presente. “En el vivimos nos movemos y existimos” nos dirá San Pablo.
¿Qué es entonces? Es, pues, una experiencia espiritual donde el alma no percibe la presencia de Dios en ella y padece por ello. Gime por la ausencia del Amado. Y es así que esa “ausencia” le aumenta el deseo de Dios y le purifica en la búsqueda. ¡Cuántas veces buscamos los milagros de Dios en lugar de buscar al Dios de los milagros! En esa purificación interior el alma llega al deseo de poseerle, de amarle por Él mismo, no ya por los beneficios recibidos de Él sino porque Él merece ser amado. Amar a Dios por Dios mismo. Para ello el místico vive como una gracia la así llamada “Ausencia de Dios” para luego experimentar más plenamente la “Presencia de Dios” en su Alma,“y ya no vivo yo, sino que Cristo viven en mí” Gal 2, 20). Vivir entonces la “ausencia de Dios” es parte del itinerario espiritual del místico, es decir, de aquel que ha hecho experiencia de Dios en su vida pero que no se detiene en su búsqueda.
Veamos ahora como ya lo hemos anunciado como Madre Teresa vivió la “Ausencia de Dios”.
“Tengo una soledad tan profunda en mi corazón que no consigo expresar” “Dentro de mi todo es gélido. Solamente la fe ciega me transporta, porque en verdad todo es oscuridad para mi” “Algunas veces esta agonía es tan grande y al mismo tiempo vivo un deseo del Ausente tan profundo que la única oración que consigo recitar es: “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío”. “Saciaré tu sed de las almas”.
Como hemos podido verificar hasta el momento la Beata Teresa de Calcuta vivió en su interior esta experiencia fuertísima, a tal punto fue intensa que en un momento ya no podía más y le dijo a Jesús: “Dame un signo de tu cercanía”. Posteriormente ella le comenta a Mons. Périer: “entonces desapareció aquella larga oscuridad, aquella pena de la perdida, de la soledad, de aquel extraño dolor de diez años”. “Hoy mi alma está plena de amor, de alegría indecible, de una ininterrumpida unión de amor”.
Madre Teresa había pedido un signo de su cercanía y Jesús le regaló un mes de intensa presencia en su alma. Pero posteriormente la Beata volvió hablar con Mons. Périer y le trasmitió: “Nuestro Señor me ha dicho que será mejor para mí permanecer en el túnel, y así Él me dejó nuevamente…”.
Con la expresión “en el túnel” se refiere a ese tiempo de oscuridad interior que experimentó Madre Teresa. Es interesante su actitud posterior frente a la misma experiencia de “ausencia de Dios”.
“Ahora Jesús escucha mi oración… si mi dolor y mi sufrimiento, mi oscuridad y mi distanciamiento te dan una gota de consolación, Oh Jesús has de mí lo que quieras, siempre que lo desees, sin tener una sola mirada a mis sentimientos y mi dolor. Soy tuya. Imprime en mi alma y en mi vida los sufrimientos de tu Corazón. No te preocupes por mis sentimientos ni tampoco de mi dolor. Si mi separación de ti conduce a otros hacia ti, y si el amor de ellos y compañía te dan una gota de placer. Ahora Jesús, deseo con todo mi corazón sufrir lo que estoy sufriendo…”.
Podemos notar aquí la aceptación de su dolor, su ofrecimiento y su aumento de amor. Ya no cuenta ella, sus sentimientos, ya no pretende ser consolada como cuando pedía un signo de la cercanía Jesús. Todo lo contrario, se une místicamente al dolor de Jesús en la Cruz: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15, 34). Dirá después: “Déjame compartir contigo este dolor”.
“Por la primera vez en estos once años, he comenzado a amar la oscuridad. Porqué ahora creo que esta sea una parte, una pequeñísima parte, de la oscuridad y del dolor que Jesús vivió sobre la tierra. El me ha enseñado a aceptarla como el “lado espiritual de la obra”.
A este punto Madre Teresa de Calcuta vive esta dolorosa experiencia en relación con su propia vocación y su misión de fundadora. Dios la preparó para la unión mística, la purificó en su ser y la hizo canal de acercamiento. Así lo expresó:
“Las personas dicen de sentirse atraídas hacia Dios, viendo mi sólida fe”. Efectivamente el “místico” no atrae hacia sí mismo sino que por el contrario viéndole vivir su fe profunda pone en relación con Dios. Nos provoca el deseo de Dios, el deseo de vivir la unión fuertísima con Él aunque para ello también nos toque experimentar por largo tiempo la Ausencia del Amado.
Hemos visto en la experiencia de Madre Teresa de Calcuta lo importante que es la mística en nuestra vida, en nuestro itinerario espiritual. Mucho tenemos que aprender de los grandes místicos. Ellos son verdaderos educadores del alma, así los llamó Romano Guardini cuando dijo:
"Yo amo la mística; sé que en ella se esconden tesoros de extraordinaria nobleza, y no sólo para unos pocos escogidos sino para círculos más amplios (...) Tengo un respeto sagrado hacia estos educadores del alma".
P. Raúl
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